
Foto: Claudio Fuentes Madan
La cola de la guagua del Coppelia es un lugar especial, una de esas esquinas tan elocuentes que si un día desapareciera La Habana no sería la misma. Ayer a las diez de la noche esperaba yo mi P4 mientras una mujer con su hija a mi lado comentaba lo “animada” que estaba la ciudad por la fiesta de los CDR. ¿Es un chiste señora?- le pregunté y me lanzó una mirada de asesina en serie.
A la orden del chofer –no cabía ni un alma más en el P4- me monté por la puerta de atrás. Un borracho detrás de mi empujaba para colarse, pero el vaivén de su estado más la botella de alcohol que sostenía a toda costa le impidieron mantener el equilibrio y se cayó. El chofer arrancó mientras el hombre aún hacía un esfuerzo por subirse y casi se mata en el intento.
La mujer del “ambiente festivo”, a mi lado, lanzó un grito y yo respondí -¡Con la borrachera esa no llegará ni a la esquina! Ella añadió –Tenía que ser negro, todos los negros son iguales- y empezó a disertar de tal manera sobre “los negros esos” que si Martin Luther King la oye se muere por segunda vez. Miré a mi alrededor avergonzada. Todos los cercanos eran blancos. Nadie abrió la boca y me di cuenta de que todos harían mutis por la defensa de los negros. Me puse histérica, después me arrepentí pero en ese momento tenía ganas de agarrarla por el cuello, sobre todo porque su perorata era escuchada tranquilamente por su pequeña hija ¡tremendo ejemplo!
Señora -le dije- si yo grito “¡Abajo Fidel!” usted saltará como la primera. ¿Se puede saber entonces por qué tengo que soportarla hablando como si fuera la presidenta del Ku Klux Klan? Y si grito “¡Abajo Esteban Lazo!” ¿Va a saltar igual o no es lo mismo?- Esa frase me salió bastante descompuesta. No dijo nada. La gente me miraba fijo y de pronto me sentí como si hubiese salido de una tumba del cementerio de Colón, con gusanos y media calavera afuera.
Supe que no me calmaría. Esa no debería ser la actitud ante el diálogo pero a veces el dialogo simplemente escapa a mi capacidad de tolerancia. En la parada de 23 y A me bajé y caminé el kilómetro que me faltaba hasta mi casa, iba hablando sola.