De los frijoles y otros demonios

Tener una cámara es una maravilla, me inspira. Pronto se la devolveré a Yoani pero le he sacado el quilo.

Por ejemplo, cuando me disponía a pasarme una hora limpiando los frijoles de la bodega (como se evidencia en la foto) y empezaba a maldecir, como es mi costumbre cada vez que tengo que sacarle a los granos cualquier cantidad absurda de objetos extraños, me inspiré.

No sé por qué a los productos de la libreta les llaman subsidiados en los medios internacionales: con un salario medio de 300 pesos, los huevos cuestan 25, el café 5, el chocolate 10 y los electrodomésticos ni los menciono porque no vale la pena, con el precio del refrigerador basta. A mi entender estos productos los pagamos a un precio coherente en relación con nuestro salario (no los electrodomésticos, que hay mucha gente que ni siquiera se puede comprar la olla) hace unos años que amenazan con quitar la libreta de abastecimiento, considero que no pueden.

En el caso de los más jóvenes, la generación de los que aun trabajamos, todos saben que no vivimos del salario. Esa es la primicia nacional: del salario no se vive. Por eso es que la guerra contra el mercado negro y las ilegalidades es un fracaso de antemano, y el gobierno lo sabe. Sin embargo la población cubana es vieja, y cada año será más vieja, la natalidad está en piso y el sector productivo huye a la desbandada hacia un exilio esperanzador.

A los sesenta años ya no se puede corretear por las calles con una jaba de pescado, presto a salir corriendo a la primera señal de peligro o caminar 10 kilómetros con 30 litros de yogurt en la espalda. Desde el ostracismo del retiro cubano no es posible robarle al estado, ni baldear durante cuatro horas las casas de los que tienen dinero, ni pasarse el día detrás de un fogón haciendo pizzas. Aunque hay algunos que desgraciadamente están obligados a hacerlo e increíblemente lo logran, como un señor que vende comida por mi casa, que tiene unos 75 años y mal de Parkinson. Es realmente entristecedor verlo coger los panes mientras sus manos ya se niegan a tener el control.

¿Qué les queda? Comer la deleznable comida de los comedores de asistencia social. Créanme, tengo uno por mi casa, es asqueroso, y pagan a aproximadamente seis pesos el plato completo. Y luego vender la cuota de la bodega: la pasta, el arroz, los frijoles, etc…a pesar de la terrible crueldad de la policía, que, por ejemplo, en la calle O’Reilly, en la Habana Vieja, no pone reparos en cargar a un grupo de octogenarios e incautarles 5 tubos de pasta de dientes, 4 cajas de cigarros Tinanic o 3 cajas de fósforos.