martes, 21 de junio de 2011

¿Qué más se puede pedir?

congreso2
Imagenes: Garrincha

Por: Boris González Arenas

Pronto vamos a tener
según nuestro presidente
mandatos de cinco años
y una prórroga pendiente.


Lo dijo Raúl después
de meditar frente a un caño
“hay que hacer cambios urgentes,
¿bastarán doscientos años?”


Mi tío en Carlos III,
de esclavos un descendiente,
hizo un gestico seguro
de que esto pica y se extiende.


viernes29

“Es difícil predecir
cuándo se hartan los patrones
o cuándo a un pueblo dormido
se le hinchan los cojones”




“Aumentarán las covachas
pulularán arrabales
y miles de disidentes
juzgados por criminales”


“A los tanques del desfile
les han retirado esteras
y puesto gomas modernas,
la guerra será en la acera”


Un grupo que filosofa
no entiende tanta falacia
por ello le ha puesto nombre
la ha llamado coprocracia


Entre que el palo va y viene
yo me tomo mi café
con chícharos y frijoles
van a dejarme sin él


¿Y al final de todo esto
-se pregunta este poeta-
por qué ranura sagrada
les metemos la boleta?

martes, 14 de junio de 2011

Hábitos

telelia
Foto: Lía Villares
Cada cual tiene sus majaderías, sus apegos, sus momentos de relax. Hay quienes ven tres telenovelas simultáneamente, otros pasan gran parte del día pegados al auricular del teléfono y muchos –me consta- darían un ojo de la cara por estar conectados a la red de redes veinticuatro horas, estos últimos sufren de un mal llamado “fatalidad geográfica”. Por mi parte, no me gustan las telenovelas, no tengo tiempo para hablar por teléfono y por supuesto, aunque quisiera, Internet es una especie de amor imposible y platónico que anhelo desde hace varios años. Sin embargo, planifico puntillosa mis domingos. Como dice mi madre “llueva, truene o relampaguee” a las nueve y treinta minutos de la noche caigo sentada delante del televisor para ver la única serie que me interesa: CSI en la escena del crimen. Me da lo mismo si es en New York o en Las Vegas, soy una fan indiscutible.

El domingo pasado, con cinco minutos de retraso y la cara compungida por haberme perdido la presentación, encendí la pantalla. Me gusta todo: la música, el guión, los personajes y la tecnología que usan. ¿Qué expresión no habré puesto –una pena haber estado sola- cuando en vez de escuchar el tema de U2 The Who que da inicio a cada capítulo, combinado con una edición trepidante, me encuentro unas imágenes en sepia y un policía cubano -tonfa incluida- en la pantalla? En el mismo horario y en el mismo canal decidieron cambiar CSI por Tras la Huella, una patética serie producida por el Ministerio del Interior, con derechos reservados y todo.

Más allá de decepcionar a todos los televidentes -porque la diferencia entre la calidad de ambos programas sería, digamos, la misma que hay entre la playita de dieciséis y Varadero- hay que ser inconsciente de sus propias limitaciones. Incluso podría abanderarse alguien a la frase martiana “Nuestro vino es amargo pero es nuestro vino” (me gusta hacer el chiste nuestro vino es amargo hay que importarlo) sin embargo la humildad también es un ejercicio de inteligencia y obviamente, una de las virtudes de las que carece el MININT.

viernes, 10 de junio de 2011

Flotando en la nada

cocoagua
Foto: Yoani Sánchez

No tengo ganas de escribir. Me disciplino. Desde que supe que Coco Fariñas está en huelga de hambre me he quedado flotando por encima de la ciudad. Ni siquiera lo he llamado por teléfono y sólo ayer atiné a mandarle un mensaje. Soy cobarde. Quisiera equivocarme, pero siento que en el Comité Central del Partido Comunista hay guardada una botella del mejor champán para saltarle el corcho si se muere.

Me paso las noches frente al televisor. Alterno entre “Boarding Home” de Guillermo Rosales y la cosecha de papa. A veces tengo la impresión de que mi vida es uno de los sueños de William Figueras, donde siempre estaba Fidel Castro. Cambio de canal obsesivamente pero siempre llego al Noticiero o a la Mesa Redonda. Entre Machado Ventura diciendo que hay que acabar con las viviendas ilegales en las zonas reservadas (¿reservadas para qué, me pregunto?) y una publicidad sobre la agricultura semi-mecanizada (es decir un guajiro con una yunta de buey) no me aguanto la náusea.

Presiento las declaraciones de los médicos -el cinismo y la doble moral amparados en el miedo- declaraciones falsas sobre la condición del paciente, la cuenta de gastos de la sala de cuidados intensivos, las mentiras sobre un pasado de delincuencia, en fin, el linchamiento mediático. Nos imagino tan pequeños frente al muro que a veces me falta el aire. Todos los días en la calle alguien me dice falta poco y me hace un chiste, es lo único que me da fuerzas para seguir aquí.

viernes, 3 de junio de 2011

La carrera

auto
Foto: Leandro Feal
Corría 1990 y él tenía siete años. El mundo, aunque no perfecto, era inocente y juguetón. Sus padres eran médicos, trabajaban por el día y por la noche y sobrevivían más mal que bien aquellos duros años del comienzo del período especial. Mucho se nos ha criticado a los hijos únicos la personalidad que en la adultez desarrollamos y él, hijo único al fin, disfrutaba todo el amor y la malacrianza en la casa. Por las mañanas mamá preparaba el desayuno y lo llevaba a la cama, papá ajustaba la sillita de la bicicleta china modelo veintiocho y aún con el rocío de la mañana en la hierba salían para la escuela él y para el hospital el otro.

Por las noches alternaban la compañía en dependencia de las guardias: con mamá se leían cuentos y con papá se jugaba por el suelo. Algunas madrugadas se espabilaba al escuchar el ruido de la cerradura y ver llegar a uno de los padres con su bata blanca y su bici a cuestas. Otras veces se tiraba de la cama al amanecer para darle el beso pendiente de buenas noches al que llegó pasadas las tres de la mañana.

Una noche el padre no llegó. Casi al amanecer recibieron una llamada del hospital: había muerto. Es difícil asumir la muerte a los siete años, pero aún peor es conocer la historia de un fallecimiento absurdo. Resultó que papá regresaba en su bicicleta por 26 mientras unos muchachos, ajenos al desmoronamiento de la economía cubana, corrían los Ladas de sus padres por la avenida. A velocidad de carrera de autos le pasaron por arriba al hombre que había pasado la noche salvando vidas. La defunción fue rápida.

Los culpables fueron a juicio -¡oh, sí!- salvo un pequeño detalle: salieron absueltos de todos los cargos y con licencia de conducir y todo. Quizás no fueran hijos únicos, pero sus padres se habían dado a la tarea de malcriarlos y complacerlos al punto de convertirlos en Los Hijos, los intocables, los que de hecho pueden hacer sonar sus correrías por toda la isla y nunca pagarán por nada. La gente los llama “hijos de papá”, y si comparo, el mito del hijo único se queda chiquito.