viernes, 26 de febrero de 2010
Apartheid en la Muestra de Jóvenes Realizadores
Aquí les dejo la grabación de lo que sucedió esta tarde en la muestra de Jóvenes Realizadores. Ciro Javier Díaz Penedo, Orlando Luis Pardo Lazo y yo intentábamos ver los cortos de Lía Villares, que finalmente ella tampoco pudo ver.
No escribo mucho, les dejo el testimonio de mi voz en la puerta del Cine Chaplin. A Ciro le han puesto una multa de treinta pesos por escándalo público.
jueves, 25 de febrero de 2010
Las lágrimas que no lloramos
Foto: Leandro Feal
Poder de decidir sobre el otro, sobre la vida del otro, sobre las posesiones de otro, sobre los derechos de otro: esa es la enfermedad de mi gobierno. Esperar para salir del país, para decir lo que se piensa, para ganar dinero decentemente, para vivir sin miedo: esa es la enfermedad de mi pueblo.
No soy una persona nacionalista, no me considero patriota ni nada por el estilo, pero amo mi tierra y La Habana en los días grises y en los amarillos. Me gustan los cubanos cuando sin conocerte te dicen “mi amor”, me encanta escuchar las conversaciones de la gente en la calle y saber que si quisiera podría hacer un comentario y “meterme” a dar mi opinión. Me fascinan algunos lugares específicos de mi ciudad y ver a la gente de mi edad viviendo vidas diferentes, vidas únicas, vidas al margen.
Sin embargo hay otros días en que siento mucha vergüenza de la tierra en que nací. A veces miro a la gente y no tiene rostro, son todos iguales y todos de miedo. Días en que sé que nadie se salvará, nadie gritará, nadie se tenderá la mano y nadie dirá “mi amor” porque el terror es más grande. Días de indolencia, de lástima y de impotencia con ellos y conmigo. Días en que la espera se me hace larga. Días en que el dolor me hace llorar y no entiendo cómo es posible que los otros no estén llorando. Días en que me parece absolutamente necesario que un mar de lágrimas corra por Calle 12 hasta el Malecón, porque nuestros ojos secos ya no llevan a ninguna parte.
Desde la muerte de Tamayo se me han vuelto todos así.
Poder de decidir sobre el otro, sobre la vida del otro, sobre las posesiones de otro, sobre los derechos de otro: esa es la enfermedad de mi gobierno. Esperar para salir del país, para decir lo que se piensa, para ganar dinero decentemente, para vivir sin miedo: esa es la enfermedad de mi pueblo.
No soy una persona nacionalista, no me considero patriota ni nada por el estilo, pero amo mi tierra y La Habana en los días grises y en los amarillos. Me gustan los cubanos cuando sin conocerte te dicen “mi amor”, me encanta escuchar las conversaciones de la gente en la calle y saber que si quisiera podría hacer un comentario y “meterme” a dar mi opinión. Me fascinan algunos lugares específicos de mi ciudad y ver a la gente de mi edad viviendo vidas diferentes, vidas únicas, vidas al margen.
Sin embargo hay otros días en que siento mucha vergüenza de la tierra en que nací. A veces miro a la gente y no tiene rostro, son todos iguales y todos de miedo. Días en que sé que nadie se salvará, nadie gritará, nadie se tenderá la mano y nadie dirá “mi amor” porque el terror es más grande. Días de indolencia, de lástima y de impotencia con ellos y conmigo. Días en que la espera se me hace larga. Días en que el dolor me hace llorar y no entiendo cómo es posible que los otros no estén llorando. Días en que me parece absolutamente necesario que un mar de lágrimas corra por Calle 12 hasta el Malecón, porque nuestros ojos secos ya no llevan a ninguna parte.
Desde la muerte de Tamayo se me han vuelto todos así.
martes, 23 de febrero de 2010
La muerte de Orlando Zapata Tamayo
Video: Yoani Sánchez
Hoy por la mañana me llamó Berta, hermana de Antúnez, y me relató el escalofriante diálogo que tuvo la madre de Orlando Zapata Tamayo con un oficial de la seguridad del estado:
- Reina, le tengo una buena noticia y una mala. La buena: su hijo será trasladado a un hospital; la mala: está muy grave.
Hay que ser cruel, ruin y deleznable para decirle eso a una madre. Hay que ser despiadado, indolente y necio para dejar morir a un ser de hambre. Y hay que ser muy, pero muy diabólico, para quitarle la vida a un hombre por sus principios.
En su muerte está toda la vergüenza de estos cincuenta y un años de paranoicos, silenciados, asustados, perdidos, ahogados y muertos de frío. En ella está el alarido de tres generaciones que se perdieron y se olvidaron de esa maravillosa palabra que tanto encierra: libertad. En ella está el legado de esta absurdamente larga revolución cubana: nuestros principios muertos o muerto el que lucha por ellos.
Hoy es un día de llanto. Mi mayor deseo es que mañana, cuando el 23 de febrero se repita en nuestros cíclicos almanaques, estemos todo el país de duelo nacional.
domingo, 21 de febrero de 2010
La Peña de Eduardo del Llano
La muestra de jóvenes realizadores, los conciertos de hip hop en la Madriguera o el Festival de Poesía Sin Fin, son como la aguja –para algunos imposible de encontrar– en medio de la paja desbordante y censurada en que se ha convertido la cultura cubana. Así llegué yo ayer viernes a la peña de Eduardo del Llano en el “Fresa y Chocolate”, a ver clips de Deep Purple, reírme a carcajadas con los cuentos y escuchar a los trovadores, entre ellos increíblemente incluido El Ciro.
Conocí primero a Eduardo por su libro Los diez apóstatas, que me encantó, presté y por supuesto, perdí. Más adelante vi Brainstorm y, después de una búsqueda exhaustiva en las computadoras de todos mis amigos, logré tener el resto de las sagas de Nicanor. En su peña ha logrado reunir a los pequeños Nicanores que sobreviven en La Habana, los hombres nuevos que de tan nuevos, se perdieron en el tiempo y la irrealidad de un país donde la novedad es un atentado, y el arte una desviación ideológica. El único país del mundo en el que las revoluciones duran medio siglo –bueno para demostrar la relatividad del tiempo, malísimo para los que nos quedamos atrapados en ella.
Casualmente supe –también ayer– que un poeta de Matanzas tradujo los versos de Visostki al español, seguramente el Ministerio de Cultura se guardó la información –tarea bastante incoherente de acuerdo a sus funciones– sobre las versiones de sus canciones que hizo otro trovador en La Habana. Una prueba más de que Nicanor siempre estará solo, y de que él es el hombre nuevo, o su paradoja, el hombre abandonado.
Aquí les dejo InterMezzo, uno de mis preferidos:
jueves, 18 de febrero de 2010
Un servicio de Cubacel
El sábado por la mañana recibo un SMS de una amiga: Claudia, te he recargado el móvil. Según el funcionamiento de la prestación, debo esperar otro SMS de la empresa cubana. Finalmente me llega el lunes a las nueve de la mañana en los siguientes términos:
- De RECARGA1: Llamar al (7) 204 31 45 de 8am a 5pm desde un fijo para comprobar datos de recibir recarga de saldo por Internet. En caso de problemas con el pago, se cancelará la línea.
¿Alguien podría, por favor, explicarme la segunda oración?
Después de casi una hora llamando sin comunicar al teléfono indicado en mi celular, una muchacha responde al otro lado de la línea, que se escucha tan lejos como si hubiese dicho “oigo” en China. Me pide los datos de mi número, me pregunta quién me ha puesto el dinero, le indico el nombre de mi amiga. Me dice que ha sido un hombre, y que no puedo cobrar mientras no tenga los datos de la persona que me ha hecho la transferencia.
Me quejo, en la página web donde promocionan el servicio no está indicado ese detalle fundamental. Con la abulia característica de la recepcionista cubana contesta: Se tomará nota de su sugerencia. De paso, solicita mi número de carnet de identidad.
Resulta que he recibido dos recargas a mi móvil: de la primera –la de mi amiga- nunca me adviertieron; de la segunda –seguramente de algún lector solidario de este blog- no puedo cobrar ni un céntimo. Así vamos en la Cuba tecnológica…
Nota: Cuando más tarde me conecté a Internet no pude entrar al sitio de recarga de móviles, bajo la extraña justificación: Forbidden You don’t have permission to Access/ on this server. Pero como soy testaruda, entré con proxy para comprobar que en ningún acápite está prescrito que el usuario debe informarle al cubano al que le recarga el teléfono que lo ha hecho.
Para cargar los móviles de forma más segura en TuRecarga
miércoles, 17 de febrero de 2010
lunes, 15 de febrero de 2010
La poca Fe
Foto: Cartel Eternos Jóvenes Rebeldes en 23 y Paseo, Vedado
Antes yo me veía pesimista, conversaba con la gente e iba sintiendo una mezcla de desengaño y tristeza, como si en las palabras de mis interlocutores se deslizara una luz que yo no alcanzaba a ver. Con el tiempo descubrí una relación entre la edad y el grado de desilusión de aquellos con los que interactuaba, mientras más edad, menos fe en el mañana.
La generación de nuestros padres –a mi entender– está en la cima del escepticismo. Así la mayoría –gracias a dios no todos– viven en la decepción con respecto a la realidad actual cubana, la cual comparten con un grado escalofriante de recelo en lo que casi se ha vuelto un tabú: el mañana.
El discurso de la auto-nominada Dirección Histórica de la Revolución ha sido la principal responsable de la desconfianza hacia los más jóvenes. Pareciera que después de 1959 las generaciones hubiesen nacido con un defecto genético: la incapacidad para construir su propio futuro, su propia vida. Lamentablemente es difícil escaparse de la repetitiva propaganda oficial, que llega a momentos realmente surrealistas, como la foto de este post.
Resulta deprimente descubrir que toda una parte de la sociedad ha dejado de creer en los que empiezan, que no ven para Cuba otro camino que el caos y la miseria, que ya no piensan en el mañana de sus hijos dentro de las fronteras de esta isla, que ya no creen en nada, ni siquiera en la inocencia de los más jóvenes.
Antes yo me veía pesimista, conversaba con la gente e iba sintiendo una mezcla de desengaño y tristeza, como si en las palabras de mis interlocutores se deslizara una luz que yo no alcanzaba a ver. Con el tiempo descubrí una relación entre la edad y el grado de desilusión de aquellos con los que interactuaba, mientras más edad, menos fe en el mañana.
La generación de nuestros padres –a mi entender– está en la cima del escepticismo. Así la mayoría –gracias a dios no todos– viven en la decepción con respecto a la realidad actual cubana, la cual comparten con un grado escalofriante de recelo en lo que casi se ha vuelto un tabú: el mañana.
El discurso de la auto-nominada Dirección Histórica de la Revolución ha sido la principal responsable de la desconfianza hacia los más jóvenes. Pareciera que después de 1959 las generaciones hubiesen nacido con un defecto genético: la incapacidad para construir su propio futuro, su propia vida. Lamentablemente es difícil escaparse de la repetitiva propaganda oficial, que llega a momentos realmente surrealistas, como la foto de este post.
Resulta deprimente descubrir que toda una parte de la sociedad ha dejado de creer en los que empiezan, que no ven para Cuba otro camino que el caos y la miseria, que ya no piensan en el mañana de sus hijos dentro de las fronteras de esta isla, que ya no creen en nada, ni siquiera en la inocencia de los más jóvenes.
viernes, 12 de febrero de 2010
Desnudos ante el poder
Foto Claudio Fuentes Madan
Punto y Coma animaba una peña en Dos Gardenias cuando yo tenía 18 años, iba semanalmente a verlos con una amiga que vivía en Playa. Por aquel entonces un operativo enorme –conocido popularmente como La Lacra– recogía a cuanta mujer sola hubiese por la calle, bajo la supuesta sospecha de prostitución.
Mi amiga y yo nos paramos en la funesta Quinta Avenida, no sabíamos que era centro de operaciones, y empezamos a coger botella. Al primer carro que paró, blanco y a todas luces ocupado por cubanos, le preguntamos inocentemente:
–¿Sigue recto?
Para mi absoluta estupefacción un tipo se tiró del carro y me puso un carnet del DTI en la cara, mientras con la otra mano me agarró la nuca y sin que yo pudiera ni aspirar aire me lanzó dentro de la parte de atrás del carro, encima de mí cayó cinco segundos después mi amiga. Adentro me enteré que estaba jineteando y detenida por ejercer ilegalmente la prostitución. De nada valieron nuestras explicaciones, nos llevaron directo a la tristemente célebre estación de la Policía Nacional Revolucionaria “La Quinta”.
Allí había cerca de cuarenta mujeres, muchas lloraban y la mayoría no pasaba de los dieciséis años. Según me dijo una, las que no eran de provincia irían para una prisión, mientras las otras serían reenviadas a sus respectivas provincias… Todas serían procesadas. El instructor me hizo un desagradable y exhaustivo interrogatorio, me amenazó y me dijo que yo no tenía pruebas para demostrar que no era prostituta, a lo que respondí que él tampoco tenía pruebas de lo contrario… Le caí mal, y él a mí, peor.
A eso de las cuatro de la mañana ya me habían dado como siete ataques de histeria porque no me dejaban llamar por teléfono ni a mi madre ni a mi novio, había fumado en contra de la voluntad del carpeta y había tratado de alcanzar varias veces el teléfono público. Supongo que los policías estarían hartos de mí, mi amiga me pedía bajito que me calmara pero yo no podía… En aquella época todavía creía en el poder de la legislación vigente y creía que tenía derecho a llamar a mi madre.
Nos soltaron como a las cinco, pero yo me negaba a irme, exigía ser llevada a mi casa en una patrulla –era tarde e igual me daba miedo irme sola. El instructor me contestó: ya tienes una carta de advertencia por puta, no quieras irte con otra.
A la mañana siguiente mi madre y yo estábamos en Ministerio del Interior, frente a la Plaza. Ella aseguraba que si hacíamos la denuncia todo se arreglaría: me quitarían la carta de advertencia y además sancionarían al instructor… ¡Pobre madre mía, hasta eso creía por aquel entonces!
No voy a detallar la extrema hipocresía con la que nos reverenciaron y agasajaron los del MININT, incluso un papel decía que mi carta había sido revocada y el instructor sancionado por un mes. Yo estaba un poco escéptica, después de quince días de papeleo me parecía que algo no estaba claro: ¿Por qué no habíamos visto personalmente al instructor y a los policías que me detuvieron? ¿Por qué todas las declaraciones eran a ciegas? Mi madre me tranquilizó y terminé por olvidar el incidente.
Dos años después el jefe del sector de mi cuadra nos visitó: resultaba que después de veinticuatro meses de verificaciones finalmente se habían dado cuenta de que yo no era jinetera, y me quitaban la maldita carta de advertencia, que había estado ahí todo el tiempo.
Punto y Coma animaba una peña en Dos Gardenias cuando yo tenía 18 años, iba semanalmente a verlos con una amiga que vivía en Playa. Por aquel entonces un operativo enorme –conocido popularmente como La Lacra– recogía a cuanta mujer sola hubiese por la calle, bajo la supuesta sospecha de prostitución.
Mi amiga y yo nos paramos en la funesta Quinta Avenida, no sabíamos que era centro de operaciones, y empezamos a coger botella. Al primer carro que paró, blanco y a todas luces ocupado por cubanos, le preguntamos inocentemente:
–¿Sigue recto?
Para mi absoluta estupefacción un tipo se tiró del carro y me puso un carnet del DTI en la cara, mientras con la otra mano me agarró la nuca y sin que yo pudiera ni aspirar aire me lanzó dentro de la parte de atrás del carro, encima de mí cayó cinco segundos después mi amiga. Adentro me enteré que estaba jineteando y detenida por ejercer ilegalmente la prostitución. De nada valieron nuestras explicaciones, nos llevaron directo a la tristemente célebre estación de la Policía Nacional Revolucionaria “La Quinta”.
Allí había cerca de cuarenta mujeres, muchas lloraban y la mayoría no pasaba de los dieciséis años. Según me dijo una, las que no eran de provincia irían para una prisión, mientras las otras serían reenviadas a sus respectivas provincias… Todas serían procesadas. El instructor me hizo un desagradable y exhaustivo interrogatorio, me amenazó y me dijo que yo no tenía pruebas para demostrar que no era prostituta, a lo que respondí que él tampoco tenía pruebas de lo contrario… Le caí mal, y él a mí, peor.
A eso de las cuatro de la mañana ya me habían dado como siete ataques de histeria porque no me dejaban llamar por teléfono ni a mi madre ni a mi novio, había fumado en contra de la voluntad del carpeta y había tratado de alcanzar varias veces el teléfono público. Supongo que los policías estarían hartos de mí, mi amiga me pedía bajito que me calmara pero yo no podía… En aquella época todavía creía en el poder de la legislación vigente y creía que tenía derecho a llamar a mi madre.
Nos soltaron como a las cinco, pero yo me negaba a irme, exigía ser llevada a mi casa en una patrulla –era tarde e igual me daba miedo irme sola. El instructor me contestó: ya tienes una carta de advertencia por puta, no quieras irte con otra.
A la mañana siguiente mi madre y yo estábamos en Ministerio del Interior, frente a la Plaza. Ella aseguraba que si hacíamos la denuncia todo se arreglaría: me quitarían la carta de advertencia y además sancionarían al instructor… ¡Pobre madre mía, hasta eso creía por aquel entonces!
No voy a detallar la extrema hipocresía con la que nos reverenciaron y agasajaron los del MININT, incluso un papel decía que mi carta había sido revocada y el instructor sancionado por un mes. Yo estaba un poco escéptica, después de quince días de papeleo me parecía que algo no estaba claro: ¿Por qué no habíamos visto personalmente al instructor y a los policías que me detuvieron? ¿Por qué todas las declaraciones eran a ciegas? Mi madre me tranquilizó y terminé por olvidar el incidente.
Dos años después el jefe del sector de mi cuadra nos visitó: resultaba que después de veinticuatro meses de verificaciones finalmente se habían dado cuenta de que yo no era jinetera, y me quitaban la maldita carta de advertencia, que había estado ahí todo el tiempo.
martes, 9 de febrero de 2010
La Universidad de La Habana y yo
Foto: Claudio Fuentes Madan, tomada durante el Festival de Música Electrónica de Rotilla
Nunca he perdido el deseo de estudiar, tengo la ilusa certeza de que mientras estudie me mantendré joven, claro que mi cuerpo no apoya mi teoría, pero nos las arreglamos. Cuando comencé este blog en 2008 estaba estudiando la carrera Estudios Socio-Culturales en la Universidad de La Habana, había decidido empezar de nuevo con lo de las materias, las asignaturas y los exámenes un año antes.
Me gustaba la enseñanza a distancia, hacía mis resúmenes en casa solita y aunque el programa era arcaico, la asignatura Filosofía y Sociedad en realidad era Marxismo, la sicología ignoraba a Freud, y en los exámenes me salían preguntas sobre la Batalla de Ideas y los Cinco –que no estaban por supuesto incluidos en el programa–, yo me las apañaba para estudiar saltando obstáculos, corretear en zigzag y ser la reina de la ambigüedad en mis respuestas.
Pero después de un año me cansé, perdí el interés: ya no era tan divertido escuchar en las conferencias al profesor de Filosofía decir que el marxismo entró en crisis por “algunos errores tácticos de Stalin”, ni a la de Psicología usar ejemplos tomados de la telenovela brasileña. Me fui, o mejor, como dijo mi madre: claudiqué.
Supe que extrañaría la escuela, pero soy optimista. Hay más tiempo que vida, todavía sueño con graduarme de Filosofía en la Universidad de La Habana… cuando ésta recupere su autonomía. Mientras tanto, en casa de Yoani Sánchez el profesor Vallín y Dagoberto Valdés ofrecen las conferencias que nunca escuché en la mediocre Sede Universitaria, quizás algún día la enseñanza superior recupere su status intelectual.
Nunca he perdido el deseo de estudiar, tengo la ilusa certeza de que mientras estudie me mantendré joven, claro que mi cuerpo no apoya mi teoría, pero nos las arreglamos. Cuando comencé este blog en 2008 estaba estudiando la carrera Estudios Socio-Culturales en la Universidad de La Habana, había decidido empezar de nuevo con lo de las materias, las asignaturas y los exámenes un año antes.
Me gustaba la enseñanza a distancia, hacía mis resúmenes en casa solita y aunque el programa era arcaico, la asignatura Filosofía y Sociedad en realidad era Marxismo, la sicología ignoraba a Freud, y en los exámenes me salían preguntas sobre la Batalla de Ideas y los Cinco –que no estaban por supuesto incluidos en el programa–, yo me las apañaba para estudiar saltando obstáculos, corretear en zigzag y ser la reina de la ambigüedad en mis respuestas.
Pero después de un año me cansé, perdí el interés: ya no era tan divertido escuchar en las conferencias al profesor de Filosofía decir que el marxismo entró en crisis por “algunos errores tácticos de Stalin”, ni a la de Psicología usar ejemplos tomados de la telenovela brasileña. Me fui, o mejor, como dijo mi madre: claudiqué.
Supe que extrañaría la escuela, pero soy optimista. Hay más tiempo que vida, todavía sueño con graduarme de Filosofía en la Universidad de La Habana… cuando ésta recupere su autonomía. Mientras tanto, en casa de Yoani Sánchez el profesor Vallín y Dagoberto Valdés ofrecen las conferencias que nunca escuché en la mediocre Sede Universitaria, quizás algún día la enseñanza superior recupere su status intelectual.
domingo, 7 de febrero de 2010
Sutilezas de la legislación
Alquilaba su casa sin licencia, no tenía esperanza de conseguir una, pues hacía cerca de diez años que el gobierno no las otorgaba. La zona en la que vive –23 y L– es perfecta para rentar: mucho movimiento de turistas y muy céntrica. Los previsores del barrio se decidieron a tiempo y pudieron legalizar el negocio, los que dudaron se quedaron con la ilusión de vivir dentro del marco de la ley y comer a la misma vez. El gobierno cubano pasó raya roja una vez más: El que se quedó se quedó y que viva como pueda, ni un alquiler más.
Con su casa de tres cuartos y medio decidió jugarse la suerte, casi todos en la cuadra estaban haciendo lo mismo. Los que habían logrado el permiso pagaban su impuesto; los que no, esperaban algún día lograr pagarlo. En cinco años las cosas mejoraron mucho más que en los treinta años anteriores, cuando trabajaban para el Estado.
Los con licencia cumplían con el papeleo: anotar nombre y carnet de identidad de cuanto cubano pusiera los pies en la casa para visitar al inquilino, y entregarlo después al servicio de inmigración –podían alquilar hasta prostitutas, siempre y cuando lo anotaran todo en la libretica. Los sin licencia no anotaban nada, y se comían las uñas esperando que ninguno de los alquilados tuviera altercados en La Habana.
Un día la policía llegó a casa de mi amigo: en una redada de “jineteras”, una de las prostitutas interrogadas había dejado caer su nombre y su dirección. Comenzó el proceso legal, le aconsejaron que confesara que alquilaba de forma ilícita, aseguraron que si colaboraba las cosas serían más sencillas. Él lo dijo todo: no recordaba a la muchacha, confesó que a veces los extranjeros venían con mujeres y que él lo permitía, aseguró que no tenía permiso para rentar porque hacía diez años que no otorgaban licencias.
No lo enjuiciaron por tener un negocio de renta ilegal, ni siquiera por enriquecimiento ilícito; fue procesado y juzgado por proxenetismo y condenado a dos años de privación de libertad.
jueves, 4 de febrero de 2010
Variedades
Cuando yo era una niña la tienda de 23 y 10 ya no se llamaba el Ten Cent, sin embargo no puedo repetir su nombre porque todos le seguían –y le siguen– llamando así. Mientras fui creciendo el Ten Cent cambió de calificativo varias veces, y también fue remodelado.
Recuerdo ahora un cuento de Virgilio Piñera donde se hablaba de los desayunos, eso era por la época en que una barra roja ocupaba la parte izquierda del enorme local y en pequeñas mesitas se podía almorzar como en un restaurante. Aun puedo revivir la melancolía que a mi madre le provocó que la demolieran.
Es natural que las instalaciones se modernicen, renueven su estilo y dinamicen sus ventas, pero lo que ha sucedido con el Ten Cent –último nombre Variedades– ha sido todo lo contrario. Pareció tener un pequeño auge a finales de los noventa, cuando el gobierno decidió dar algunas licencias para la venta privada, y 23 y 10 se llenó de artesanos y vendedores de muebles. Sin embargo duró poco –la iniciativa privada hacía demasiado feliz a un pueblo que se suponía inspirara la versión tropical de la dictadura del proletariado.
Cuando el mundo avanzó al siglo XXI el establecimiento retrocedió en el tiempo, de nada valieron las obras y el cambia-cambia de sitio de los departamentos de venta: los anaqueles estaban cada vez más vacíos. De aquel comercio que ofrecía en moneda nacional la mayoría de los productos de primera necesidad, no quedaba ni el recuerdo, así es que la fama de “está pelao” se le pegó más que todos los apelativos que antes tuvo.
El lunes 25 de enero –luego de otra reconstrucción– ha reabierto. Con una nueva presencia y más variedad de productos la cola es enorme para lograr entrar. Un detalle se ha mantenido, todo es en moneda nacional… Aunque los precios sí que han variado: por ejemplo una lata de mermelada de mango cuesta 200 pesos, más o menos 10 CUC. ¿Qué tipo de salario permite esos lujos? La mayoría de los profesionales sabe que la mermelada no es para ellos.
Les dejo un video del Ciro, que ha hecho unas cuantas mermeladas caseras desde que vio la gran lata en los anaqueles:
martes, 2 de febrero de 2010
Permiso señor, ¿puedo publicar que usted fue arrestado?
Foto: Claudio Fuentes Madan
El título resulta absurdo, pero les aseguro de todo corazón que es lo que muchos esperan de mí. Empecé este blog para escribir lo que me diera la gana, para contar las cosas que ocurrían a mi alrededor, para compartir un espacio en el cyber-espacio y para sentirme libre aunque fuera en un texto de quinientas palabras. No sé por qué a veces me parece que con el paso del tiempo mis razones parecen haberse olvidado, sin embargo para mí –que soy la que escribo– siguen siendo por supuesto las mismas.
Como todo resulta tan enrarecido en este lugar en el que el destino me hizo nacer, no soy –lo repito como papagayo, no sea que alguien piense que me estoy creyendo cosa o me abogo títulos que no tengo– ni periodista ni escritora. Soy blogger y no tengo la culpa de que en mi blog la Cuba real sea más real que en el Granma Internacional. Allá los que se graduaron de periodismo, o los que sean periodistas –que no es lo mismo– y le arranquen piedrecitas al muro de la censura estatal, ciertamente no es mi caso.
Para darle un poco de coherencia a esta especie de declaración de principios Octavo Cerco que estoy haciendo, lo ilustraré con una pequeña historia –que no importa si es real o no porque no es una noticia, es un ejemplo: imagine que usted tiene un blog en el que escribe sobre el mundo que le rodea, y que un día un lector le toca a la puerta y le dice: Vine a decirte que quizás hoy me arreste la Seguridad del Estado, pero por favor, no vayas a publicarlo.
¿A ver si no tengo que tener mucho autocontrol para no volverme loca en esta Habana de psiquiatría? Si usted no está preso o dado el caso no quiere que se sepa, si no está haciendo nada “conflictivo” y se considera un “integrado”… ¿Por qué viene a tocarme a la puerta? Esto es un pequeño ejemplo, pero puedo asegurar que los tengo más pintorescos.
Es así que he decidido poner los puntos sobre las íes:
- Hago este blog sola, bajo mi absoluta responsabilidad como es lógico.
- Es una visión personal y subjetiva de la manera en que veo y vivo mi país.
- Los actos de injusticia, de abuso de poder y de restricciones sobre las libertades de los individuos, me siento en el deber –conmigo misma– de publicarlos y comentarlos desde mi óptica.
- No existe razón externa que pueda hacerme dudar de dar una opinión, de criticar lo que considero incorrecto, o de alabar lo que me gusta.
- No me debo a nadie y la censura contra la que lucho día a día es la autocensura (que es muy peligrosa).
- La información no pertenece a nadie, todos tenemos derecho a ella y por eso abogo.
El título resulta absurdo, pero les aseguro de todo corazón que es lo que muchos esperan de mí. Empecé este blog para escribir lo que me diera la gana, para contar las cosas que ocurrían a mi alrededor, para compartir un espacio en el cyber-espacio y para sentirme libre aunque fuera en un texto de quinientas palabras. No sé por qué a veces me parece que con el paso del tiempo mis razones parecen haberse olvidado, sin embargo para mí –que soy la que escribo– siguen siendo por supuesto las mismas.
Como todo resulta tan enrarecido en este lugar en el que el destino me hizo nacer, no soy –lo repito como papagayo, no sea que alguien piense que me estoy creyendo cosa o me abogo títulos que no tengo– ni periodista ni escritora. Soy blogger y no tengo la culpa de que en mi blog la Cuba real sea más real que en el Granma Internacional. Allá los que se graduaron de periodismo, o los que sean periodistas –que no es lo mismo– y le arranquen piedrecitas al muro de la censura estatal, ciertamente no es mi caso.
Para darle un poco de coherencia a esta especie de declaración de principios Octavo Cerco que estoy haciendo, lo ilustraré con una pequeña historia –que no importa si es real o no porque no es una noticia, es un ejemplo: imagine que usted tiene un blog en el que escribe sobre el mundo que le rodea, y que un día un lector le toca a la puerta y le dice: Vine a decirte que quizás hoy me arreste la Seguridad del Estado, pero por favor, no vayas a publicarlo.
¿A ver si no tengo que tener mucho autocontrol para no volverme loca en esta Habana de psiquiatría? Si usted no está preso o dado el caso no quiere que se sepa, si no está haciendo nada “conflictivo” y se considera un “integrado”… ¿Por qué viene a tocarme a la puerta? Esto es un pequeño ejemplo, pero puedo asegurar que los tengo más pintorescos.
Es así que he decidido poner los puntos sobre las íes:
- Hago este blog sola, bajo mi absoluta responsabilidad como es lógico.
- Es una visión personal y subjetiva de la manera en que veo y vivo mi país.
- Los actos de injusticia, de abuso de poder y de restricciones sobre las libertades de los individuos, me siento en el deber –conmigo misma– de publicarlos y comentarlos desde mi óptica.
- No existe razón externa que pueda hacerme dudar de dar una opinión, de criticar lo que considero incorrecto, o de alabar lo que me gusta.
- No me debo a nadie y la censura contra la que lucho día a día es la autocensura (que es muy peligrosa).
- La información no pertenece a nadie, todos tenemos derecho a ella y por eso abogo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)