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Foto: Leandro Feal |
Texto:
Boris González Arenas
“En la consumación de los tiempos
se oirá la voz de un cubano
trepando a la palma real, gritando:
¡Sólo hombre soy!”
José Lezama Lima a propósito de Nicolás Guillén
Leyendo trabajos escritos en Cuba, es común que me venga a la mente la idea de que nuestra precariedad tecnológica, la ausencia de información y un desfavorecido acceso a la producción intelectual mundial, determinan que todo aquello que en nuestro país se escribe o piensa lleve las marcas de una segunda isla, apartada no por disposición geográfica, sino por este estado de cosas tan difícil de definir pero que a la vez produce un país sin rumbo, el deterioro, sino desaparición, de ciudades, industrias, seres humanos, todo ellos sin reemplazo y a cuyo panorama sus gestores insisten en querer que lo miremos con una sonrisa en el rostro y la conformidad en el espíritu. Pero como mismo el hambre no se combate con fotos de alimentos, la sonrisa no crea felicidad y un espíritu que finge no genera convicción.
De muchas maneras nuestros textos deben estar transidos por esa marca, el de aquél, el mío, el de todos. He leído recientemente Propuestas para el avance al socialismo en Cuba, escrito por Pedro Campos y, según afirma el documento, otros compañeros. El esfuerzo es apreciable, se moviliza desde el derecho del ciudadano sin poder, en un país donde esta es la condición de la mayoría, para exigir con una audacia que no se le pide y que para las elites a las que está dirigido, es indeseable. Es un documento extenso dividido en veinte partes enumeradas. Tales partes estimulan la apreciación de nuestra realidad de modo más pleno.
No dejo de sentir, sin embargo, que el escrito de Campos está dirigido a un país que no existe, no me parece que sea ni pueda ser Cuba. Además, a la precisión de sus enunciados a veces la vuelve difusa una exposición imprecisa, capaz de movilizar la duda sobre el alcance que pretenden.
Las palabras no significan lo que dicen los diccionarios. Las palabras están cargadas de sentido y las épocas llevan, en los sujetos que las habitan, significados rigurosos y variables. Así pasa en Cuba con el calificativo de revolucionario que Pedro Campos usa, sin que sepamos quiénes son revolucionarios y quiénes no, y cuál será la suerte de los no revolucionarios en su socialismo avanzado. No sabemos qué es revolucionario para Pedro Campos, pero sí sabemos lo que ha sido la revolución castrista. Garantía del escarnio, la prisión y la muerte para aquellos seres humanos que ella llamó “contrarrevolucionarios” y que somos todos desde que el sistema de Fidel Castro se aseguró ser el proveedor exclusivo de tal condición.
Pienso que sostener en Cuba la noción de revolucionarios enfrentados a contrarrevolucionarios, cualquiera que sea el concepto de tales que se maneje, es un buen punto de partida para no estar escribiendo sobre el presente. Cuba amerita la reconciliación, no la reactivación de viejas confrontaciones que, si alguna vez tuvieron sentido, ya eran cosa del pasado en una época tan temprana como los años setenta.
Es más que necesario distanciarse de una retórica que con Fidel Castro esclerosó y que, en sus resurgimientos, no hace sino proferir balbuceos como que “la guerra atómica acontecerá después del partido de Holanda contra España”, “nuestros cinco héroes regresarán ayer” o “el socialismo no sirve para nada aunque en realidad no quiero decir esto”.
Cuando las Propuestas… pretenden reconocerle al gobierno de Raúl Castro la capacidad de haber sacado al país del inmovilismo, no hacen otra cosa que enunciar el abandono y el dejar de hacer que caracterizaron al gobierno de Fidel Castro. ¿Por qué entonces no decirlo? Ese inmovilismo no es una frase sin más, ese inmovilismo le ha costado a nuestro país décadas de criminalidad, de esfuerzos anulados, de esperanzas martilladas, y de hermanos separados. Ese inmovilismo es una de las tantas traiciones de Fidel Castro a Cuba.
Otra contradicción es posible que salte en la lectura de las Propuestas… En uno de sus artículos, valiente sin duda, afirma que:
“El actual control de las Fuerzas Armadas sobre empresas económicas no militares, deberá ser cedido paulatinamente a las entidades del PP correspondiente y al control de sus trabajadores. Las Fuerzas Armadas y los órganos de seguridad funcionarán, de acuerdo con el presupuesto aprobado por la Asamblea Nacional del Poder Popular y sin autonomía económica propia, con el más estricto apego a la Constitución”
¿Es que acaso aquello que podríamos llamar como “estrategia del gobierno” para movilizar lo inerte, consiste en algo más que mantener la política de dotar al ejército de más y más empresas de naturaleza civil y penetrar a aquellas que son civiles con administraciones y jefes militares? No creo que signifique superación importante del inmovilismo permitirle al cubano desempleado forrar botones, podar palmas o alquilar sus viviendas desvencijadas.
Otro tema discutible a la hora de clasificar al gobierno de Fidel Castro y su joven hermano, es que hayan creado un sistema de gobierno estalinista. Al menos tiene que permitirse el cuestionamiento de que el estalinismo sea un sistema y de que las tiranías puedan generar algo parecido a un sistema. Al asociar los despotismos con sistemas, se crea la ilusión de algo compartido, pertinente. Parecería que tan solo se trató de un error de elección, estaban la democracia y el estalinismo y se eligió mal. Al aplicarle el calificativo de estalinista, se distancia al castrismo de otras emanaciones inspiradoras como fueron Francisco Franco, toda una pléyade de déspotas americanos o Benito Mussolini, autor del concepto: “Dentro del estado todo, fuera del estado nada”, tan alegremente adoptado por Castro.
La teoría socialista contemporánea tiene frente a sí una situación bien difícil, no cabe duda. Carlos Marx, en sus acuciosas descripciones de las dinámicas sociales, parecería más un filósofo contemporáneo; en su afán de encontrar las claves trascendentales del desempeño humano, recuerda mejor a los filósofos que le precedieron. Los aspectos del pensamiento marxista de los que derivaron las construcciones ideológicas del estado soviético, se basaron precisamente en estas reglas trascendentales, en el afán de un sistema. Cambiando la base, decían los alquimistas del socialismo real, se cambia la superestructura, desaparece la lucha de clases y el hombre va al trabajo como a una fiesta.
Así todo era fácil para un teórico socialista del siglo veinte, pero no para uno del veintiuno. Tan extraño paradigma se vino abajo con muchas acciones, el Gulag estalinista, la primavera de Praga y el éxodo del Mariel, entre muchos otros crímenes. El teórico socialista de hoy encuentra un panorama más difícil, aun aceptando los enunciados de Marx, la lógica de su ejecución no es tan simple.
Las Propuestas… parecen, por momentos, narradas con la lógica propia del discurso del “socialismo real”. Aseguran en uno de sus acápites que con el avance del movimiento cooperativo y la justicia que tal forma de gestión económica implica, se modificaría la sociedad y surgirían formas de conciencia social nuevas y, presumo que Pedro Campos y sus compañeros suponen que más justas.
Las Propuestas… son un documento esperanzador, aunque entre las cosas para las que sirvió el siglo XX está el haber privado al concepto “socialismo” de un privilegio que ningún concepto merece, el de estar asociado a un saber hacer anticipado, libre de toda duda y de toda práctica. Defender el socialismo no supone la nostalgia de los crímenes cometidos a su sombra, pero la virtud socialista tiene que plantearse su integración con la virtud de cada pueblo y época, con sus prácticas, y esas no están disueltas únicamente en el modo como sus ciudadanos trabajan.
Cuba está hecha del golpe del machete, productivo y mortal, de sus partidas y sus llegadas, de sus sonrisas, pero también de su dolor, de su afán de ser libre y de la traición de sus afanes, de tantas otras cosas y de sus palmas. ¿Por qué la palma como árbol nacional? Para los psicoanalistas quizás sea la palma un símbolo fálico, no lo es; en la cima de la palma airea siempre un penacho de hojas capaz de evocar la espesura de un pubis femenino y entre estos dos, entre las hojas y el tronco, crecen racimos de palmiche, cuyas semillas han fecundado nuestra nación hasta cubrirla con un manto de árboles semejantes. Como en nuestro paisaje, lo semejante debe ser, entre nosotros, evocación permanente de la fecundación. Fecundante debería ser entonces el socialismo, y no artero, timorato ni ensombrecido; no en Cuba.
Buscando el aire de Cuba I
Buscando el aire de Cuba II