A pesar de carteles como este:
viernes, 31 de diciembre de 2010
martes, 28 de diciembre de 2010
domingo, 26 de diciembre de 2010
Palabras de Luis Alberto García
Aunque recibí una invitación por correo y varios sms de amigos para ir a la entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas al artista René Francisco, no fui. Desde aquel concierto de Pedro Luis Ferrer en el que descubrí que mi entrada al Museo Nacional de Bellas Artes y a otras instituciones de la cultura cubana estaba prohibida, me ha invadido un extraño “Porque si está la bandera, no sé, yo no puedo entrar”.
Ahora mi relación con el arte de mi país se ha vuelto sutil e íntima: retazos de eventos públicos llegan a mí a través de cables y puertos usb. Probablemente escuchar a Luis Alberto García en vivo sea mucho más emocionante que con unos audífonos en la soledad de mi casa. Sin embargo he decidido que hasta que la libertad de expresión en Cuba sea más que un performance, yo no participo.
martes, 21 de diciembre de 2010
Hubo concierto
El Ciro con su uniforme de teniente "Telaplico" y Hebert en el bajo |
Este fin de semana tocó La Babosa Azul y Porno Para Ricardo en un lejano local de los suburbios habaneros. El concierto quedó estelar, todavía me duelen las piernas de tanto bailar y estoy ronca de cantar “El Comandante”. En cuanto los kilobytes me lo permitan subo un video de la pachanga y después pienso tomarme unas vacaciones navideñas.
Preparando el concierto |
viernes, 17 de diciembre de 2010
La ética dormida
Foto: Lia Villares http://habanemia.blogspot.com |
Mi amigo me dice que mi respuesta es cobarde y probablemente tenga razón. No me gusta estarle diciendo a la gente lo que considero ético, sé perfectamente que ellos están de acuerdo conmigo en esas cuestiones y por razones ajenas a la ética asumen otras posturas.
Supongo que me estoy volviendo radical. Cuando estudié historia en la escuela me decían que eso era bueno. ¿Tendrán razón?
martes, 14 de diciembre de 2010
Placebos
Aún recuerdo cómo en pleno período especial mi casa se iba deteriorando a ojos vistas. Las paredes se descascaraban, las luces se fundían poco a poco, las puertas y las ventanas mostraban la madera corroída y en general todo se depauperaba demasiado rápido para mi mente de niña. A veces me preguntaba por qué el mundo se iba volviendo tan feo con el paso del tiempo, y no era una reflexión subjetiva. Nunca me pude responder. También empezó el reguero. Parecía que las cosas ya no “iban” en ningún lugar: había cajas, ropa, papeles y muchos trastos por todas partes. Lo peor era que afuera estaba sucediendo lo mismo.
Mi madre, por su parte, no cejaba en su empeño de marcar el espacio con lo que ella misma bautizó “el cambio”. Una vez al mes movía todos los muebles de la casa a un sitio diferente. El mismo butacón de bagazo podrido podía encontrarse frente a la entrada del apartamento en enero, al lado del teléfono en febrero, entre la sala y el comedor en marzo o de espaldas al balcón en abril. Las vecinas se conmovían con su perseverancia y a veces cuando nos visitaban exclamaban “¡Pero si parece que todo es nuevo! ¿Cómo lo logras?”. Ahora que han pasado los años esa frase me provoca una extraña tristeza: ella impotente ante la caída de su mundo hogareño, moviendo las cosas de un lado para otro -como si pudiese frenar con ello su inevitable depauperación- yo súper contenta a su lado, orgullosa de tener una madre maga mientras las vecinas condescendientes se solidarizaban con el espejismo que lanzábamos sobre nuestra creciente pobreza.
Siempre le agradeceré el haber intentado, sin flaquear ni un instante, hacerme la vida ligera en medio de tantos agravios: no tener zapatos para la escuela, no tener abrigos para el invierno, no tener leche por las mañanas, en fin, no tener absolutamente nada. Si yo estuviese un día en su lugar espero tener el aplomo de ser conmigo y con los demás exactamente como ella lo fue. Sin embargo no dejo de comprender ahora -después de tanto tiempo y desde mi adultez- que nos nutríamos de un placebo infinito que jamás resolvería ninguno de nuestros problemas y que, si lo miro a gran escala, es el mismo placebo que consume nuestra nación: cambiar justamente aquello que no supone cambio alguno.
Mi madre, por su parte, no cejaba en su empeño de marcar el espacio con lo que ella misma bautizó “el cambio”. Una vez al mes movía todos los muebles de la casa a un sitio diferente. El mismo butacón de bagazo podrido podía encontrarse frente a la entrada del apartamento en enero, al lado del teléfono en febrero, entre la sala y el comedor en marzo o de espaldas al balcón en abril. Las vecinas se conmovían con su perseverancia y a veces cuando nos visitaban exclamaban “¡Pero si parece que todo es nuevo! ¿Cómo lo logras?”. Ahora que han pasado los años esa frase me provoca una extraña tristeza: ella impotente ante la caída de su mundo hogareño, moviendo las cosas de un lado para otro -como si pudiese frenar con ello su inevitable depauperación- yo súper contenta a su lado, orgullosa de tener una madre maga mientras las vecinas condescendientes se solidarizaban con el espejismo que lanzábamos sobre nuestra creciente pobreza.
Siempre le agradeceré el haber intentado, sin flaquear ni un instante, hacerme la vida ligera en medio de tantos agravios: no tener zapatos para la escuela, no tener abrigos para el invierno, no tener leche por las mañanas, en fin, no tener absolutamente nada. Si yo estuviese un día en su lugar espero tener el aplomo de ser conmigo y con los demás exactamente como ella lo fue. Sin embargo no dejo de comprender ahora -después de tanto tiempo y desde mi adultez- que nos nutríamos de un placebo infinito que jamás resolvería ninguno de nuestros problemas y que, si lo miro a gran escala, es el mismo placebo que consume nuestra nación: cambiar justamente aquello que no supone cambio alguno.
viernes, 10 de diciembre de 2010
De rodillas
Foto: Claudio Fuentes Madan |
Un amigo alumno de derecho me envío este sms hoy en la mañana “Estoy en la escalinata con unos estudiantes que están esperando a las Damas. ¿Sabes algo? ¿Qué se puede hacer? El primero que levante la mano se va a ganar un puñetazo mío”. Demasiado cinismo, diría yo, escoger para un mitin de repudio, justo el diez de diciembre, a los estudiantes de derecho de la Universidad de La Habana. ¿Son esos los abogados que nos defenderán mañana, esos que hoy pasan la tarde vilipendiando a mujeres cuyos familiares están y estuvieron condenados por delitos de opinión?
Cuba es signataria de los pactos de la ONU en materia de Derechos humanos. ¿Hasta dónde llega la hipocresía del gobierno cubano que ni siquiera hoy puede medirse a la hora de reprimir a los que pensamos diferente? Mientras en Ginebra el canciller hace murumacas semánticas para justificar el totalitarismo del sistema al que representa, en las calles de Cuba la policía política demuestra que nuestros derechos humanos –con pactos de la ONU o sin ellos- continúan de rodillas.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
¿Qué cambios?
Foto: Claudio Fuentes Madan |
Para colmo en la concreta tampoco hay demasiado, salvo un mueve-mueve de equipos y personal para aquí y para allá, la consabida y priorizada labor “internacionalista” y una extraña insinuación de que los médicos sobran -digo extraña porque la verdad es que esa sí que no me la esperaba. No hay ninguna frase que nos hable específicamente de un aumento salarial a los trabajadores del ministerio de salud y menos aún de una garantía ciudadana en la calidad de los servicios. Incluso hay una expresión delirante (semántica y gramaticalmente) sobre la ética médica: “Las Comisiones de Ética Médica no deben actuar como un tribunal, sino que, deben concebirse como comisión ideológica”. ¿Alguien imagina el alcance práctico de semejante oración?
Más de lo mismo y sin embargo le llaman transformaciones. A veces me pregunto si realmente –aún teniendo voluntad política- el gobierno lograría arreglar la debacle que ha ido paulatinamente creando en la Salud Pública.
sábado, 4 de diciembre de 2010
De la negación de la negación a la negación de lo obvio
Foto: Claudio Fuentes Madan |
Apagada la voz de la experiencia, el Ministerio de Educación dio rienda suelta a su imaginativo del absurdo, y de las clases sin especialización pasamos a las clases por televisión. Para colmo de males el salario y las malas condiciones de las aulas continuaron siendo los mismos. Se acabó la era académica y entramos en la era ideológica: más política y menos conocimientos.
Así las cosas hasta que
En eso a alguien se le ocurrió la peregrina idea de probar una “novedosa” receta: la enseñanza especializada. Ahora vuelven los días en los que el profesor de matemáticas sólo se ocupa de números y no de sintaxis ni efemérides. Cuatro o cinco escuelas en La Habana sirven de conejillo de indias para el “inédito experimento” y los padres –entre los cuales tengo a varias amigas- mueven cielo y tierra para que sus niños estén entre los escogidos para “ensayar la nueva fórmula”.
*refrán popular: Tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)