Del Golfito a terapia intensiva

Rolando tiene 42 años y su hija 19, les gusta bailar y a veces iban a la discoteca juntos, aunque ya no van más. El 16 de diciembre de 2008 habían ido al Golfito, una disco en Río Cristal, a las 2 y media de la mañana salieron y se montaron en una guagua que los regresaría a la casa, una 160. Con ellos se montó un grupo de muchachos que también estaba en la discoteca.

Yo recuerdo que por esa época la gente tocaba rumba en las guaguas, también habían muchos asaltos, sobre todo de madrugada, a los pasajeros e incluso a los choferes. La policía entonces decidió que en cada guagua que se moviera después de la caída del sol, habría un policía armado que cuidaría el orden. La idea, al menos para mí, era bastante reconfortante (excepto por lo de la pistola), pero lo que pasa es que en Cuba orden civil y disciplina militar son sinónimos. La gente empezó a protestar porque ya no se podía tocar rumba e incluso una vez a Ciro le prohibieron tocar unos acordes (sin letra) en la guitarra.

Así mismo tocaban un reggaetón y cantaban los de la 160 de Rolando. Con tan mala suerte que esa noche los policías estaban disfrazados de civiles, aunque mantenían lo principal del uniforme: el revolver. Comenzaron a discutir con los muchachos y se armó el “sal pa’fuera”, la guagua estaba llena y cuando el ambiente se pone de bronca generalmente la gente entra en pánico: no fue diferente. La policía mandó a parar la guagua pero no dejó que se abrieran las puertas, querían acorralar bien a los culpables para que no se les escaparan, de madrugada en Boyeros se pierde cualquiera. Todos querían salir y se puso la cosa fea, uno de los policías (eran dos) sacó la pistola y disparó dentro de la guagua, varias veces.

El terror fue incontrolable, la gente salió por las ventanillas y finalmente se abrieron las puertas y todos trataron de salir a la misma vez. Rolando sacó a su hija primero y cuando puso un pie en el asfalto sintió un dolor fuerte en la pierna izquierda y se desmayó.

Al día siguiente despertó en la sala de terapia intensiva del hospital militar, tenía dos policías a cada lado y oía de lejos la voz de su madre que botaba a los uniformados del cuarto. El tiro le entró por delante del muslo izquierdo y salió por detrás, le habían reconstruido la arteria femoral y el médico le aseguró que estaba vivo “de milagro”. Otras cinco personas también habían resultado heridas.

Estuvo un año sin poder trabajar, le dieron una licencia sin sueldo que no logró reclamar. Trató de conectarse con abogados pero no avanzó mucho, a los policías que dispararon, le consta, no les sucedió nada y me asegura que unos días después leyó en el Granma un artículo hablando de lo bien que estaba funcionando la nueva medida de la PNR en los ómnibus urbanos…al parecer habían condecoraron a algunos oficiales según el órgano oficial del partido. Dejó de cojear hace sólo unos meses y está convencido de una sola cosa: él, y todos nosotros, estamos desguarnecidos en este país.